miércoles, 22 de enero de 2020

El Ec. Bergara y el Mercado



Sr. Director,

Es lógico que en la publicidad partidaria de la campaña electoral escuchemos cosas que nos hacen enojar, según cuál sea nuestra afinidad política. 
Pero un spot particular de Mario Bergara me hizo enojar en serio.  El Ec. Bergara es claramente un hombre inteligente y capaz, y por lo tanto duele ver cómo baja el nivel cuando se dirige a la masa de potenciales votantes.
Me refiero a la publicidad donde dice que el mercado nunca hubiera creado un Plan Ceibal, nunca hubiera conseguido la cobertura universal de salud, y nunca hubiera logrado que colectivos discriminados accedieran a los derechos.

Una interpretación inteligente y benévola del spot sería:
“El capitalismo y su mecanismo - el mercado - son la base de la civilización moderna.  La única viable, aunque a algunos no nos guste.  Pero por sí solo no puede generar algunas conquistas
sociales que es necesario impulsar desde el sector político”.

Pero la intención obvia del diseño de la comunicación es un tanto más simplista:
“Capitalismo y mercado: malo, feo; Socialismo: bueno.”
Se piensa que se le habla a una masa humana tonta, y posiblemente les asista razón.

Tomado literalmente lo que dice es cierto.  La existencia de mercado no es condición suficiente para que exista acceso a esas conquistas sociales que concitan mayoritaria aprobación.

Pero sí es condición necesaria. 

¿De dónde piensa Bergara que han salido los recursos para pagar las complejas estructuras humanas, organizativas y materiales que son el Plan Ceibal y la medicina nacional?

Ambos se basan en avanzadas tecnologías de ingeniería informática y médica que llevaron siglos de desarrollo y refinación, y que nunca hubieran sido posibles sin la mano invisible del mercado, entendido éste como el libre juego de la iniciativa empresaria en un marco capitalista y liberal.

Bergara y todos nosotros vivimos inmersos en el capitalismo de mercado hasta un grado imposible de comprender.  Lo que comemos, lo que vestimos, lo que leemos, lo que pensamos, lo que soñamos, en fin, lo que somos, es producto de esa organización social y económica.  Los países que han intentado prescindir de él (Cuba, Corea del Norte, la URSS, la Alemania de Hitler) no han retrocedido del todo a la edad media porque el resto del mundo capitalista ha seguido progresando, innovando y creciendo a ritmo exponencial.

La historia – y cinco minutos de pensamiento honesto – nos muestran sin lugar a dudas que el capitalismo es ni más ni menos que el responsable de la existencia del mundo moderno. 
El sistema de incentivos y señales (los precios de los bienes) que permite la asignación de recursos y la sincronización colaborativa de las actividades humanas de una manera automática, inmediata, en una escala que todos los sabios del mundo juntos usando todos los recursos informáticos imaginables jamás podrían pretender ni siquiera parodiar.
Los fracasos rotundos, grotescos y criminales de los sistemas socialistas que se han intentado muestran palmariamente los resultados de la eliminación del tan despreciado mercado.

La izquierda ha ganado la guerra del marketing a pesar de haber perdido todas las batallas contra la realidad, echando por tierra la máxima de que la historia la escriben los ganadores.
En un ejercicio de hipócrita asimetría, al socialismo se lo juzga por su ideal utópico, mientras que al capitalismo se lo condena por sus patologías, ignorando sus monumentales logros, porque de tan acostumbrados no los vemos.

El pensamiento de izquierda nunca terminó de entender qué cosa es el mercado. Olvidó, o nunca supo, cuál es el motor del mundo moderno.  A qué se debe el avance científico y tecnológico.  El confort, la salud, la seguridad, la cultura, las opciones de vida.  El milagro de que cuando abrimos la canilla salga agua potable, electricidad en los enchufes, gas para cocinar.  El triunfo de civilización que es un supermercado.  Funciona cuando quien guía y decide es la "mano invisible".  No funciona, y la máquina se fuerza, chirria y se detiene cuando quien guía es la planificación estatal.  La superioridad infinita del mercado por sobre la planificación, en su dimensión práctica de eficiencia, y en su dimensión moral de imparcialidad.  Pero la izquierda nunca supo qué cosa es el mercado.
Vuelvo a afirmar sin la menor duda que el capitalismo liberal es por lejos el mejor sistema de organización humana, tanto en su dimensión de eficiencia como en su dimensión moral.  
Soy consciente de que esto último merece una discusión mucho más amplia, pero solo quiero señalar aquí que también la extraordinaria explosión actual del arte y la cultura, de la libertad y la diversidad solo son posibles en aquellos países que han abrazado la democracia liberal y el capitalismo de mercado como forma de organización social.   Todo lo contrario ha ocurrido en los regímenes que lo han abolido, creando infiernos de retroceso, frustración, desesperación y terror. 
Incluso en ellos, en los regímenes más rígidos y asfixiantes, con riesgos mortales, el mercado, como la vida biológica, se ha abierto paso y florecido en la clandestinidad en cada grieta disponible, haciendo posible la supervivencia de la llama de la dignidad humana.

Noviembre 2019

martes, 15 de enero de 2019

¿Qué esperaban?


Enero 2019

Como es lógico en estos tiempos domina la discusión pública la preocupación por el rumbo del mundo epitomizada por las elecciones de Trump y Bolsonaro, los dos ejemplos más visibles de la ola de virajes “hacia la derecha” de numerosas sociedades, tanto del primer como del tercer mundo.
Y sí, es preocupante.  Si la fortaleza de las instituciones democráticas no demuestra ser suficiente, podría darse un escenario apocalíptico, y nadie quiere eso.

Pero me pregunto:

¿Qué esperaban?

¿Qué esperaban los que destruyeron la filosofía con la entronización del relativismo epistémico, la falacia como modo de vida, desterrando el concepto de verdad, nublando el pensamiento en juegos de palabras sin sentido? ¿Qué esperaban que pasara cuando relegaron a la ciencia como método de acceso al conocimiento, sustituyéndola por formas modernas de superstición, mística y anti-progreso snob?  ¿Qué esperaban que pasara cuando se construyó un culto a la mediocridad y un desprecio por la búsqueda de la excelencia?

¿Qué esperaban los académicos, cómodos en sus “tenures” bien pagas en las cátedras de crítica literaria y estudios sociales en Francia y EEUU, disfrutando las mieles del odiado capitalismo y despreciando a los llanos burgueses comerciantes e industriales que desde hace siglos vienen construyendo la civilización?  ¿Los que desde sus torres de marfil construyeron las utopías infantiles a las que se afiliaron generaciones de jóvenes de mente simple con pocas ganas de pensar en serio y mataron y se hicieron matar en todo el mundo?  ¿Los que secuestraron la educación consolidando un pensamiento único justamente donde por excelencia debería haber un ámbito de debate y contraposición de ideas?

¿Qué esperaban los que sistemáticamente se aliaron y aplaudieron a las peores satrapías y tiranías del mundo, justificando lo indefendible y haciendo posible con su apoyo hipócrita el genocidio, esclavitud y oscurantismo de naciones enteras?

¿Qué esperaban los millones de burócratas y tecnócratas inútiles que en los organismos internacionales e incontables ONG´s se erigieron en la nueva aristocracia, disfrutando una vida principesca a costillas de los trabajadores del mundo entero, sin agregar un gramo de valor a sus sociedades?  ¿Qué esperaban la ONU, la UNESCO, la OEA y todas sus sucursales, después de traicionar vilmente sus formidables principios humanísticos para convertirse en un nido de víboras vendidas a los petrodólares y al resentimiento?

¿Cuánto tiempo pensaron que iba a durar su grotesca impostura? ¿Habrá llegado la hora de finalmente pagar el precio?

No se puede saber qué tanto cambiará el mundo, si es que cambia algo.  Pero sería muy bueno que los bienpensantes políticamente correctos asuman su cuota de responsabilidad y tomen nota de que la mayoría estamos hartos.



viernes, 14 de diciembre de 2018

La obra vial como símbolo del atraso crónico del Uruguay

La obra vial como símbolo del atraso crónico del Uruguay

Carta de los lectores publicada en el semanario Búsqueda el 26/04/2018



Quisiera compartir una reflexión tan pero tan obvia que su ausencia de la discusión pública me llena de perplejidad. 
A pesar del buen nivel de nuestros periodistas radiales, cada día más me encuentro gritándole a la radio la pregunta que el periodista debería hacerle al entrevistado, con la pelota picando en el área chica y el golero fuera de juego, y no la hacen.
Concretamente, hace unos días el entrevistado era una autoridad del MTOP o de la intendencia (la agarré empezada y no lo supe) y el tema era porqué las obras frente a Tres Cruces habían empezado justo en los días de carnaval, cuando el flujo de gente y tránsito en la terminal es enorme.  El entrevistado zafó como pudo, bastante bien, explicando que la obra iba a demorar entre dos y tres meses, que era conveniente hacerla en verano por varias razones, entre ellas que justamente la ciudad está más aliviada de tránsito, y que de todas maneras en ese lapso iba a caer en uno u otro feriado importante, como la semana de turismo.
Los periodistas se dieron por medianamente satisfechos con las respuestas, pero no aprovecharon para hacer “la” pregunta, aquella que, según me parece, está en el núcleo de la razón por la que nuestro país está condenado al atraso eterno:  ¿Porqué dos o tres meses y no diez días o dos semanas, como duraría en cualquier país civilizado?

Tengo una sentencia que repito como un mantra:  "El día que vea que en las obras viales se trabaja con energía y entusiasmo las veinticuatro horas (especialmente de noche), de lunes a domingo, ese día empezaré a creer que Uruguay puede tener algún futuro”.
Tenemos una carencia generalizada del sentido de la urgencia.  La lentitud del "reloj biológico nacional" nos impide la mínima pretensión de competitividad y eficiencia.
La gravedad de esa afirmación es muchísimo mayor de lo que parece a simple vista.
Por supuesto, lo de la obra vial es solo un ejemplo ilustrativo - aunque muy significativo - de todas las situaciones que involucran a la relación del ciudadano con el estado.
Las obras viales provocan una distorsión importante en la vida de los ciudadanos al enlentecer el tránsito, provocar desvíos, aumentar el riesgo de accidentes, etc.
Que demore meses o años lo que debería demorar horas o apenas algunos días es gravísimo por muchos factores:
- No tenemos sentido de la urgencia.
- El costo es varias veces mayor al que debería ser.
- Las necesidades o comodidad del ciudadano (el contribuyente) no interesan, no entran en la ecuación (a pesar de que se pretenda convencer de lo contrario).  La conveniencia que se considera en primer término siempre es la del funcionario, no la de quien le paga.
- Las condicionantes económicas - o los arreglos mafiosos – posiblemente hagan que esa demora les convenga a las empresas concesionadas, en un contubernio nocivo.
- Los sindicatos son los que finalmente deciden.  Si hubiera voluntad de hacerlo distinto, igual no se podría.  No hay ninguna intención de cambiar las cosas porque las autoridades y los sindicatos están de acuerdo en exprimir a los contribuyentes sin importarles la calidad de los servicios.
- Estamos tan acostumbrados a esa modalidad, que lo consideramos natural y ni se nos ocurre expresar la lógica indignación ciudadana, mucho menos organizarnos para provocar un cambio serio.
En resumen, el patético espectáculo de la obra vial en Montevideo, la mayor parte del tiempo detenida, desierta, abandonada, es el símbolo perfecto de la mentalidad que nos asegura que nunca vamos a salir del pozo (o del bache).


domingo, 8 de abril de 2018

Igualdad


Igualdad

Todos repiten como loros que la igualdad es un objetivo deseable.  Quizá el más.
Pero pocos realmente saben qué están diciendo.

Imaginemos que con una varita mágica, podamos hacer que de inmediato todos seamos “iguales”, entendiéndose por esto que dispongamos de igual cantidad de bienes.

Si esto ocurriera entre personas creativas, activas, productivas y libres, no pasarán cinco minutos antes de que vuelvan a aparecer diferencias, y un cierto tiempo después, nuevamente se verán las mismas diferencias que había antes.

Pero si esto ocurriera en una población con el cerebro lobotomizado*, entonces probablemente el efecto sea permanente.  Será una población de esclavos o robots.

La igualdad absoluta es la muerte térmica, la entropía total, la máquina parada.

Por favor contestá lo que verdaderamente pensás, sin consideraciones de conveniencia o de corrección política.

Afirmación:
Es bueno que el estado aplique políticas de redistribución de modo que todos los ciudadanos lleguen a tener iguales ingresos y patrimonios netos (forzar a que el coeficiente de Gini sea cero), independientemente de sus puntos de partida, sus talentos y capacidades, o sus preferencias intelectuales o estéticas.

Preguntas:
¿Eso te parece posible?
¿Eso te parece deseable?

En caso afirmativo,
¿te parece compatible con un régimen democrático?
¿te parece compatible con la plena vigencia de los derechos humanos?
¿te parece compatible con el crecimiento económico, o con el mantenimiento de los niveles actuales?
¿te parece compatible con el progreso científico y tecnológico, o con el mantenimiento de los niveles actuales?
¿te parece compatible con la mejora o el mantenimiento de los valores humanos de convivencia?
¿te parece que podría ser sostenible en el tiempo en un contexto de población estable o creciente?

Si has contestado afirmativamente a las preguntas,
¿Porqué no ha sido así en ninguno de los muchos y variados intentos que ha habido en el último siglo, sino más bien todo lo contrario?



* Lo del cerebro lobotomizado puede entenderse literalmente o en sentido figurado en referencia a cerebros que han sido condicionados desde la infancia con la prédica colectivista.


jueves, 13 de abril de 2017

Soy un gran discriminador

SOY UN GRAN DISCRIMINADOR

Efectivamente es así; pido perdón a todos los bienpensantes; me he dado cuenta de que soy un gran discriminador.

martes, 1 de noviembre de 2016

El Elefante en la Habitación

Fiesta de fin de cursos de primaria en un colegio privado, cristiano y bilingüe de Montevideo.

Como es de rigor, abre el director con un discurso resaltando los valores cristianos de la institución y cómo esos valores son faro y guía para la vida.

Sigue la acostumbrada liturgia de los abanderados y la profesión patriótica, que por supuesto incluye cantar con fervor “Mi Bandera”, pronunciando correctamente el párrafo que dice: “No ambiciono otra fortuna ni reclamo más honor que morir por mi bandera….”

lunes, 31 de octubre de 2016

Asco

La izquierda da asco.


Alcanzaría para justificar esa afirmación el apoyo descarado e impúdico al régimen de Venezuela y al chavismo en general, mala imitación paso a paso del fascismo hitleriano más rancio y puro.  Con todos sus subproductos tradicionales tales como el antisemitismo, el matonismo de las brigadas populares y la corrupción mafiosa e impune del manejo de los negocios del estado como un bien propio.