Enero 2019
Como es
lógico en estos tiempos domina la discusión pública la preocupación por el
rumbo del mundo epitomizada por las elecciones de Trump y Bolsonaro, los dos
ejemplos más visibles de la ola de virajes “hacia la derecha” de numerosas
sociedades, tanto del primer como del tercer mundo.
Y sí, es
preocupante. Si la fortaleza de las
instituciones democráticas no demuestra ser suficiente, podría darse un escenario
apocalíptico, y nadie quiere eso.
Pero me
pregunto:
¿Qué
esperaban?
¿Qué
esperaban los que destruyeron la filosofía con la entronización del relativismo
epistémico, la falacia como modo de vida, desterrando el concepto de verdad,
nublando el pensamiento en juegos de palabras sin sentido? ¿Qué esperaban que
pasara cuando relegaron a la ciencia como método de acceso al conocimiento,
sustituyéndola por formas modernas de superstición, mística y anti-progreso
snob? ¿Qué esperaban que pasara cuando
se construyó un culto a la mediocridad y un desprecio por la búsqueda de la
excelencia?
¿Qué
esperaban los académicos, cómodos en sus “tenures” bien pagas en las cátedras
de crítica literaria y estudios sociales en Francia y EEUU, disfrutando las
mieles del odiado capitalismo y despreciando a los llanos burgueses
comerciantes e industriales que desde hace siglos vienen construyendo la civilización? ¿Los que desde sus torres de marfil
construyeron las utopías infantiles a las que se afiliaron generaciones de
jóvenes de mente simple con pocas ganas de pensar en serio y mataron y se
hicieron matar en todo el mundo? ¿Los
que secuestraron la educación consolidando un pensamiento único justamente
donde por excelencia debería haber un ámbito de debate y contraposición de
ideas?
¿Qué
esperaban los que sistemáticamente se aliaron y aplaudieron a las peores
satrapías y tiranías del mundo, justificando lo indefendible y haciendo posible
con su apoyo hipócrita el genocidio, esclavitud y oscurantismo de naciones
enteras?
¿Qué
esperaban los millones de burócratas y tecnócratas inútiles que en los
organismos internacionales e incontables ONG´s se erigieron en la nueva
aristocracia, disfrutando una vida principesca a costillas de los trabajadores
del mundo entero, sin agregar un gramo de valor a sus sociedades? ¿Qué esperaban la ONU, la UNESCO, la OEA y
todas sus sucursales, después de traicionar vilmente sus formidables principios
humanísticos para convertirse en un nido de víboras vendidas a los petrodólares
y al resentimiento?
¿Cuánto
tiempo pensaron que iba a durar su grotesca impostura? ¿Habrá llegado la hora
de finalmente pagar el precio?
No se puede
saber qué tanto cambiará el mundo, si es que cambia algo. Pero sería muy bueno que los bienpensantes
políticamente correctos asuman su cuota de responsabilidad y tomen nota de que
la mayoría estamos hartos.