miércoles, 24 de agosto de 2016

Juicio Crítico

JUICIO CRÍTICO

La mayoría de nosotros transcurrimos nuestra vida sin necesidad de someter a prueba nuestras hipótesis o creencias.
Podemos estar convencidos de los sinsentidos más absurdos sin que eso sea un obstáculo para llevar adelante nuestro trabajo, nuestra vida en familia y nuestra realización personal.

Todos – y me incluyo – nos damos la cabeza contra la pared repetidas veces a causa de una comprensión incorrecta o incompleta de la realidad, sin por ello sentir necesidad de revisar o cambiar nuestras conductas o actitudes, que en algún momento se volvieron mecánicas y automáticas.

Pero a veces, por una causa u otra, llega un momento en que se hace necesario e impostergable decidir si una creencia (dios, el mercado, la superioridad del socialismo o del capitalismo, etc.) es cierta o falsa.

En esos casos, solo el pensamiento científico puede dirimir la cuestión.
Insistir con que la religión, el misticismo, o el arte son “caminos alternativos al conocimiento”, cuando se pretende aplicarlo al caso “duro” que menciono – decisión entre cierto o falso – sencillamente es inconducente.

La única manera de “ver el fenómeno desde fuera”, sin formar parte de él y por lo tanto no sucumbir a la obvia subjetividad, es la aplicación de los elementos del método científico.  Esto se puede hacer en forma rigurosa, de laboratorio, o en forma implícita, casi inconsciente, según sea la naturaleza del fenómeno en cuestión.  En cualquier caso, los elementos clave que no pueden faltar, son la consistencia (eliminación del doble discurso, o de criterios que se aplican para un lado y no para el otro), y la consideración lo más completa posible de la evidencia (en su totalidad, y no escogiendo solo los casos favorables).
Si se hace honestamente, es prioritario intentar comprender el mecanismo actuante, aplicando una disciplina reduccionista.
Sí, dije reduccionista, lo que me convierte en un monstruo sin escrúpulos ni espíritu.  No es políticamente correcto apreciar el enfoque reduccionista (reduccionista = malo, holista = bueno).  Sin embargo, estoy – junto con R. Dawkins – convencido de que la única manera de “explicar” es a través de explicitar el mecanismo actuante, o sea, aplicar el enfoque reduccionista.  No digo que el enfoque holista no sea útil para la vida o incluso para la comprensión.  Pero él solo no aporta nada, como mucho una ilusión de comprensión que se desvanece al momento de intentar su aplicación a un caso práctico.

Un hecho que complica enormemente todo lo antedicho es la generalizada situación en la que, consciente o inconscientemente, sabemos qué es lo cierto, pero percibimos que obtenemos mayor rédito de defender lo falso.  Dinero, cuotas de poder, prestigio, aceptación social.
Esto ocurre en todos los ámbitos, pero se ve más claramente en los terrenos de la política, la economía y la educación.  
Solo eso explica el triste papel de la intelectualidad de izquierda, siempre lista a defender a los regímenes más retrógrados y sanguinarios, en actitudes que ofenden el pudor más básico.

Aparte, no soy tan ingenuo como para creer que en la mayoría de los casos relativos a la naturaleza humana es posible la objetividad total, pero eso no descalifica para nada todo esfuerzo que podamos hacer para acercarnos a ella.   La ciencia ha dado millones de ejemplos de éxito, y los sigue dando a diario.   Lo demás es ilusión.


Octubre 2009

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