jueves, 13 de abril de 2017

Soy un gran discriminador

SOY UN GRAN DISCRIMINADOR

Efectivamente es así; pido perdón a todos los bienpensantes; me he dado cuenta de que soy un gran discriminador.


No lo puedo evitar, es más fuerte que yo.  Intento con todas mis fuerzas estar a la altura de los tiempos: que todo me de lo mismo, creer que todas las personas son iguales. 
Pero no lo logro.

Fíjense lo que me pasa, ¡qué horrible!

Resulta que prefiero a algunas personas que a otras.  Como pareja, como amigos, como empleados, como empleadores, como gobernantes a votar.
Algunos me gustan más que otros.  Los hay lindos y feos, inteligentes y bobitos, afines y desafines.

Eso es natural - me digo - pero no está bien discriminar.  Y sin embargo lo hago.  Discrimino entre capaces e incapaces, entre hábiles y torpes, entre sanos y locos, entre simpáticos y antipáticos, entre buenos y malos, entre muy buenos y muy jodidos.

Y, me da vergüenza decirlo, ¡actúo en consecuencia!  Intento juntarme con los primeros y rehuyo a los segundos.   ¿Qué me pasa, doctor?   ¿Hay algún tratamiento para curarme?

Pero hay algo que no les conté.  No entiendo la discriminación de los demás. 
Aunque no lo crean, hay gente que discrimina por el color de la piel, por el sexo, por el lugar de nacimiento, o por la religión de los antepasados.

A pesar del tono jocoso, todo lo anterior es rigurosamente cierto y serio.
Me espanta la forma en que hemos cargado de valor negativo algunas palabras muy poderosas de manera que los conceptos que representan queden fuera de toda discusión racional, de la misma manera que ejercía la censura la Inquisición. 

Es imposible vivir sin discriminar entre lo bueno y lo malo, entre lo que sirve y lo que no.
La discriminación es mala cuando es patológica, cuando es irracional, cuando generaliza en forma injusta.  Pero discriminar en sí mismo no es malo, es inevitable.

De la misma forma, no podemos vivir sin prejuicios.  Los prejuicios son lo que nos permite tomar decisiones cuando la información es insuficiente o inexistente.  Son malos cuando se hacen patológicos y actúan en contra de la evidencia, como un capricho infundado.

Dando un salto importante, lo mismo se podría decir del egoísmo.  Es ingenuo pensar que pueda ser malo actuar en contra del propio interés.  Nuevamente, es malo cuando esa forma de actuar se vuelve patológica y resulta en conductas concretas condenables.

La lista puede seguir largamente.  Vivimos en una época de parálisis mental, flotamos en una nube de confusión producto de la deserción de nuestra intelectualidad- hace ya muchas décadas - del reino de la razón.
Hemos sustituido el discurso racional por la tiranía de la corrección política.


1 comentario:

  1. Excelente reflexión.
    Felicito este análisis inteligente sobre la necesidad de profundizar en el contenido conceptual de las palabras frente al uso liviano de las mismas, sea con la intención que sea.
    Omar Villalba

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