lunes, 31 de octubre de 2016

Asco

La izquierda da asco.


Alcanzaría para justificar esa afirmación el apoyo descarado e impúdico al régimen de Venezuela y al chavismo en general, mala imitación paso a paso del fascismo hitleriano más rancio y puro.  Con todos sus subproductos tradicionales tales como el antisemitismo, el matonismo de las brigadas populares y la corrupción mafiosa e impune del manejo de los negocios del estado como un bien propio.


No falta mucho para que podamos evaluar el enorme daño que Chavez y sus secuaces causaron a América Latina, en el mejor de los casos atrasando el reloj del progreso varias décadas; en el más probable, anclándonos para siempre en el fango de la imbecilidad retrógrada.

Pero hay más, mucho más.  La confesión histórica de Mujica de que "lo político está por encima de lo jurídico" no ha sido suficientemente examinada para comprenderla en toda su dimensión.
Es la claudicación final y total de la decencia y la honestidad intelectual.
Es ceder al "todo vale" del relativismo posmoderno, mejor explicitado aún en la otra joya de "como te digo una cosa te digo la otra".
No hay que tomarlo como el desvarío pintoresco de un viejo choto.  Es algo demasiado serio.

Es la incorporación genética del concepto de Realpolitik, acuñado en el seno de la guerra fría cuando las cosas eran más claras: buenos y malos, según de qué lado se ubicara uno.  Gran parte de la izquierda se quedó clavada ahí, sin hacer el esfuerzo mental de enterarse de todo lo que cambió en el mundo, de la impresionante acumulación de evidencias de éxitos y fracasos, de que hay cosas que ya están laudadas hace mucho.
Dan lástima organizaciones como la FEUU, empecinadas en demostrar que ser joven equivale a ser estúpido, y que la adolescencia hoy en día empieza mucho antes y no termina nunca.

Realpolitik hoy significa que los gobernantes hagan lo que quieran, sin ceñirse a ingenuos y obsoletos conceptos como decencia, coherencia, lógica y legalidad.  Como los reyes de antaño.
Si la oposición me molesta la anulo.   Si la prensa me critica, le hago la vida imposible.  Si la opinión pública no me es favorable, la desconozco.  YO siempre tengo razón, porque soy "el bueno".  Soy el Estado.
Realpolitik significa vender el alma al mejor postor.  Asco.

La izquierda adoptó como forma de vida el realismo mágico de García Marquez, generalizado a otros campos como la economía mágica de Keynes.  Cuando se vive en un mundo mágico infantil, donde el voluntarismo es el camino a pesar de las leyes de la realidad física, se puede comprender que no se tenga la menor idea de qué cosa son la Democracia y el Estado de Derecho.  Cuando escucho a un miembro del partido comunista hablar de defensa de la democracia, no sé si reír o llorar.   Nos está insultando a todos, nos trata de imbéciles.  Cientos de millones de sus muertos se revuelven en sus tumbas.
Para la izquierda Democracia no es otra cosa que mayoritarismo y acceso por decreto a presuntos "derechos", presuntamente "para todos".
Los derechos humanos esenciales no pueden ser otros que los que se especifican por la negativa, los que no tienen costo.  Que NO me quiten la vida, que NO me confisquen mi propiedad, que NO me impidan la expresión.
Otros derechos, como la salud, la educación, la vivienda, y un largo etc. no son derechos básicos, por el simple hecho de que es necesario generarlos, fabricarlos, pagarlos.
Cuando se convierten en verdaderos derechos amparados por una legislación benefactora, es porque la sociedad, a través de sus herramientas políticas y sociales, ha logrado ser exitosa, pero el carro va necesariamente detrás de los bueyes y no al revés.   Y muchas veces ocurrió que los ciclos económicos determinaran que derechos conquistados pasaran a ser insufragables, creando una situación de frustración y fragmentación social.  Por esa causa, Suecia - único ejemplo exitoso de socialismo y como tal ícono y pancarta de la izquierda moderada - quebró indefectiblemente en los años 80 y tuvo que redefinirse rápidamente como liberal y capitalista para no sumirse en la tragedia del subdesarrollo.
Pero ¿qué le queda a la izquierda si perdiera esa combativa e infinita lucha por los "derechos"?
En esa lucha, ante ese altar, como Abraham con su hijo Isaac o los mayas con sus dioses, la izquierda se apresura a sacrificar el bien humano más preciado, la libertad.  Especialmente la libertad del espíritu, la del mito de Prometeo.  Así, considera como vanguardia de la humanidad a una gigantesca prisión de esclavos resignados como Cuba o Corea del Norte, o la aberración impúdica que fue la Unión Soviética y sus satélites, perfecta cárcel del espíritu donde se doblegó hasta su rendición todo vestigio de rebeldía, creatividad, innovación y humanismo.  El "hombre nuevo" es un robot al que se le apagó la llama del espíritu.
Una vez una amiga, raro espécimen de religiosa fundamentalista inteligente, me explicó que la práctica de la religión en todos los aspectos de la vida le facilitaba las cosas, al no tener que tomar decisiones.  Todo está predefinido.   Igual para la izquierda: todo es culpa del imperialismo americano, y/o conspiraciones de "la derecha".  Muy fácil y muy conveniente.  Innecesario pensar.

La limitación de la libertad solo se justifica como garantía de que no se limiten los derechos de los demás.  De eso se trata el despreciado ámbito de "lo jurídico".  La regulación de actividades por parte del estado es una herramienta que debe ser utilizada con infinito cuidado, porque es contradictoria en sí misma.  Su fin obvio y primordial - si no único - es justamente garantizar la libertad de los individuos frente a los abusos que contra él pudieran cometer privados mafiosos organizados o el propio estado.
Pero, ¡cómo le gusta a la izquierda regular!  A la mejor moda fascista, todo se resolvería mediante regulación estatal.  Regular qué hago, qué como, qué aprendo, cómo pienso.  Qué me conviene y qué no.
Para eso, uso y abuso del slogan "el bien común", que por supuesto significa una sola cosa:  Postergar o anular el bien individual. 
No le preocupa que "el bien común" solo sea una entelequia inexistente salvo que se la conciba como la suma del bien de los individuos, que es el único norte posible en la práctica.  Cuando el bien común se opone al bien del individuo, lo que se plantea es una paradoja lógica irresoluble.   Pero eso no preocupa a la izquierda ilustrada.  La filosofía posmoderna abolió la falacia como límite a la acción.  En el todo vale intelectual la demostración, la evidencia, el método científico, la propia ciencia son solo un relato opcional para utilizar cuando me sirve y para ignorar si no.
El pensamiento de izquierda se convirtió en una religión con sus dogmas, verdades reveladas, dioses y profetas.  Una religión moderna para sustituir a las antiguas, pero manteniendo todo el andamiaje del juego de poder que la religión desarrolló y refinó durante milenios.

La izquierda olvidó, o nunca supo, cuál es el motor del mundo moderno.  A qué se debe el avance científico y tecnológico.  El confort, la salud, la seguridad, la cultura, las opciones de vida.  El milagro de que cuando abrimos la canilla salga agua potable, electricidad en los enchufes, gas para cocinar.  El triunfo de civilización que es un supermercado.  Funciona cuando quien guía y decide es la "mano invisible".  No funciona, y la máquina se fuerza, chirria y se detiene cuando quien guía es la planificación estatal.  La superioridad infinita del mercado por sobre la planificación, en su dimensión práctica de eficiencia, y en su dimensión moral de imparcialidad.  Pero la izquierda nunca supo qué cosa es el mercado.

La izquierda no entiende la relación entre el lujo que solo puede pagar una elite y el avance generalizado del nivel de vida de la población.  Nunca comprendió que fue necesario que la aristocracia pagara fortunas por un water o una bañera para que luego de un tiempo casi todo el mundo tuviera baño.  Que es necesario que los muy ricos anden en Mercedes, BMW o Audi para que la mayoría de la población en algún momento pueda tener un auto.  La izquierda prefiere una actitud de resentimiento ante el lujo.
La intelectualidad de izquierda se debate entre abrazar la innovación y el progreso o engañarse con el pernicioso e ingenuo mito del buen salvaje roussoniano.  Ha refinado hasta lo inimaginable la práctica activa de la esquizofrenia.  Ha aprendido a vivir cómodamente en una permanente contradicción entre el discurso y la vida personal.  No hay problema alguno al denunciar vociferantemente al capitalismo trabajando para una multinacional.   Demonizar el consumismo mientras se estudia marketing.  Ocupar cargos en gobiernos populistas mientras se hace windsurf en Punta del Este.  Declararse feminista mientras se avala al islam.  El Che Guevara como ícono de la mercadotecnia.  La generosidad magnánima con el dinero de los demás, nunca con el propio.
¡Qué bendición para el alma es poder vivir una vida coherente!  No sentirse un traidor que comete una infidelidad al comer en McDonalds o tomar una Coca-Cola.
¿Quién le impide a los que se consideran "de izquierda" crear comunidades que vivan según sus preceptos, y a las que se puedan incorporar y abandonar voluntariamente?  Les voy a decir quién se lo impide.  La ausencia de grises y aburridos capitalistas que financien la fiesta con el fruto de su actividad industrial y comercial, llevada adelante con decisión, convencimiento y tozudez a pesar de los infinitos obstáculos que la mentalidad imperante les opone.
¿No se preguntaron porqué el socialismo real rápidamente confisca los pasaportes y cierra las fronteras a sus ciudadanos?  ¿No se preguntaron porqué el muro de Berlin o la zona buffer entre las Coreas son flechados para un solo lado?

La izquierda es un niño malcriado que en la adolescencia se rebeló contra papá capitalismo.  Hoy es un adulto añoso que sigue repitiendo cansinamente las gracias que de niño todos festejaban y hoy no divierten a nadie.

Imposible mejor ilustración de esto que los fósiles de cerebro esclerosado que hace un tiempo  bailaron danzas griegas frente a la Biblioteca Nacional para festejar la ruptura oficial con la racionalidad y la dignidad que perpetrara la nación helénica, en otros tiempos bastión de la inteligencia y la cultura y hoy triste ejemplo de decadencia.

No ve quien no lo quiere ver que la izquierda ha producido una cadena interminable de monstruos y se ha aliado con todas las satrapías de todo signo.  Practica el silogismo equivocado, falaz y trágico de que "el enemigo de mi enemigo es mi amigo".  Así, todo enemigo de EEUU o Israel es su amigo.   Mao, Chávez, los ayatolás.  Todavía dudan ante Isis, las decapitaciones no tienen buena imagen.  La televisión las muestra, como no pudo mostrar los fusilamientos masivos en Cuba, las hambrunas forzadas en Camboya y China, los destierros fatales en la URSS.  Todo lo que se puede hacer como que no existe o no existió.

Lo del principio.  A esta altura del partido, la izquierda da asco.

Agosto 2015

No hay comentarios:

Publicar un comentario