miércoles, 14 de septiembre de 2016

Carta a Lucy

Carta a Lucy

Junio 2003
 En Uruguay hace mucho tiempo que la gente dejó de pensar.
  
Lucy es una amiga de mi hija menor.
Como la mayoría de sus amigas, es parte de una familia armónica; sus padres son excelente gente, profesionales, con un altísimo nivel de educación y una cómoda posición económica.   Consecuentemente, han tenido oportunidad de viajar y conocer el mundo.
Como las demás del grupo, Lucy es una bella personita, inteligente, viva, con un fresco sentido del humor y con muy poca timidez en su relación con los mayores.

Lo que la diferencia de las demás de su generación, es que tiene un carácter intelectualmente inquisitivo; le importa entender el mundo en que vive y tiene en su cabeza una imagen de los mecanismos políticos y económicos que lo conforman.
Para conseguir esto, no duda en hablar con los adultos sobre esos temas, preguntándoles su opinión sobre las coyunturas del momento.
En contraste, sus amigas piensan que cuando habla de “esas cosas” es una pesada y que todo eso es “un plomo”, evidenciando sin vergüenza ni conciencia esa lastimosa actitud de ignorancia y prescindencia que caracteriza a su generación.

Hace unos meses, mi hija la invitó a pasar un fin de semana con nosotros en nuestra casita en el balneario.
El sábado, luego de la cena, mientras todos retirábamos la mesa y lavábamos los platos, Lucy me preguntó qué pensaba sobre el plebiscito de Ancap y en general sobre el tema de las empresas públicas.   En forma casi automática, le repetí mi “casete” sobre el tema: “Creo que de ninguna manera hay que vender las empresas del estado….. ¡Hay que regalarlas!”

Creo firmemente que es un derecho y obligación fundamental que tenemos los seres humanos el expresar libremente y sin tapujos nuestro pensamiento, sin tener demasiado en cuenta si al hacerlo podemos “ofender la sensibilidad” de quienes piensan diferente.   Obviamente los demás también tienen el mismo derecho.   No podemos estar adaptando todo el tiempo nuestro discurso según quién es el interlocutor, perdiendo de esa forma fuerza y convicción, en aras de una “corrección política” que sólo diluye las ideas en la nada filosófica en que vivimos.

Nunca creí que con esa respuesta al vuelo iba a abrir una puerta a un mundo aterrador, que me hiciera tomar conciencia de lo grave del fenómeno que estamos viviendo en nuestro país.

El hecho fue así: Claramente a Lucy se le despertó un interés especial.   Estaba escuchando por primera vez ideas extrañas, diferentes de lo que había oído hasta entonces.   Por lo tanto, con genuina curiosidad, comenzó a preguntarme mis opiniones más generales sobre la economía y la política.
Pasaron los minutos y las horas.   Mi esposa y mis hijos se fueron a dormir.   Mi hija, un poco por un interés educado y un poco por compromiso, hizo algún intento de participar en la conversación hasta que se quedó dormida en el sofá y luego se fue también a la cama.
Lucy y yo nos quedamos conversando animadamente, y eran las 3 de la mañana cuando corté la charla por decreto y la mandé a dormir.    Yo me fui a la cama y no pude cerrar los ojos por la preocupación.

Durante la charla, en todo momento, mientras hablaba, en un segundo plano de la conciencia me preguntaba si estaba procediendo bien, si tenía derecho a interferir con sus convicciones, a hacerla dudar de sus creencias más profundas por la autoridad natural que emana de un adulto.  
Como polémica, como competencia de ideas, obviamente era el equivalente a una pelea entre Mike Tyson y Woody Allen.   No sólo por la diferencia de edad, sino porque yo no soy un adulto cualquiera.    Yo soy de los que, en el acierto o en el error, han elaborado una visión del mundo completa, coherente, informada y evaluada, con aspiraciones de objetividad y bastante articulada.
Y sin embargo, me dejé atrapar por la fascinación de lo que estaba oyendo.    Esa noche para mí fue una revelación de que las cosas son muchísimo más preocupantes de lo que creía….



Lucy, admiro tu curiosidad y tu sed de comprensión.  Te felicito sinceramente.  Es notable que mientras tus amigas solo piensan en la música, en los chicos y en el programa del fin de semana, tú te cuestiones el porqué de la pobreza y de la injusticia.

Sin embargo, tal como te lo dije clara y reiteradamente y lo repito ahora, quiero que seas consciente de que tus ideas sobre el mundo y cómo funciona, sobre la economía y la política, sobre el bien y el mal, sobre los valores de la libertad, la democracia, los derechos, etc., son una colección de rotundos disparates y eslóganes equivocados, que no tienen coherencia ni sustento en la lógica ni en la evidencia histórica.
Son sólo una serie de lugares comunes y de ingenuidades que ni siquiera se pueden calificar de utópicas.

Está bien, es comprensible y perdonable en una niña de 14 años.
Pero aquí viene el descubrimiento aterrador que me golpeó muy fuerte.
Es obvio que tus ideas no son tuyas.   Es obvio que estás repitiendo como un loro lo que venís oyendo a tu alrededor desde que tenés uso de razón.    Ignoro (y no quiero saber) si la fuente son tus padres, o sus amigos, u otra.   Deduzco que así como tuviste la iniciativa de preguntarme por mis opiniones, también lo habrás hecho con muchos otros.
Si esas ideas en boca de una niña son en gran medida comprensibles, es grave que haya en pleno siglo XXI adultos que razonen en esos términos.

No puedo creer, porque es monstruoso, que las ideas que te expresé, que no son más que los conceptos básicos que podrían ser los títulos de la primera clase de Economía I o de Introducción a las Ciencias Políticas I, te resultaran absolutamente originales y extrañas.
No puede ser que la simple formulación de las obviedades más elementales en la comprensión de los mecanismos del mercado, del trabajo, de la riqueza, de la organización social, te resultaran novedades inéditas, algo nunca escuchado en boca de alguien digno de respeto intelectual.

Me resisto a creer que la totalidad del repertorio de ideas en nuestra sociedad consista en repetir sin sentido crítico alguno, burdas versiones de las consignas más elementales del marxismo alienado de los sesentas, nacido del resentimiento, la envidia al éxito ajeno y la impotencia creativa que nos caracterizó en las últimas décadas.

Podría pensarse que tu caso es excepcional, que por alguna extraña razón, estás inmersa en un medio poco representativo.  
Sin embargo, el golpe de gracia vino luego cuando mi hijo de 17 años, me comentó que el mismo fenómeno ocurre con prácticamente todos sus compañeros de clase, algunos de ellos sumamente inteligentes como es tu caso.   Si eso ocurre en un colegio privado con alumnos de clase media alta, ¡cómo será en otros ambientes intelectualmente menos privilegiados!


Tú crees que el mundo sería mejor si no existiera el dinero, que es posible una sociedad de cientos de millones de personas organizada en base al trueque de bienes y servicios.  En realidad no es el concepto de dinero lo que te molesta, sino eso que se llama precio y que es el corazón del mecanismo que se llama mercado.
Para ti hay una cosa artificial que se llama precio y otra muy diferente, intrínseca, que se llama valor.   
La dificultad está en definir quién es el que determina el valor de las cosas.
El mercado puede ser más o menos libre, más o menos regulado, pero no es opcional.
En Moscú, en plena vigencia del comunismo, funcionaba el mercado negro más importante del mundo, como hoy en Cuba, aún con riesgo de vida.
Sin mercado y precios hubiera sido imposible el exquisito y eficiente proceso de especialización del trabajo que ha producido maravillas tales como el supermercado, glorioso triunfo del sistema capitalista y liberal.
Simplemente imaginá cómo sería conseguir 200 gramos de manteca para untar en un pan si no hubiera dinero, debiendo ofrecer algo a cambio que le sirva a algún granjero conocido que viva a una distancia adecuada.  Y así para todo: vestimenta, vivienda, alimento, educación, entretenimiento.
Y mirá lo que tenemos: supermercados en cada cuadra, abiertos las 24 horas, con una variedad asombrosa de productos y marcas que podemos elegir libremente.   Y no solo en el primer mundo.   ¿Qué no todos tienen la suerte de disponer de eso?   Es cierto.    Pero es la mayoría.  Y si pensamos un poco veremos que es un logro asombroso para el impresionante desafío del crecimiento exponencial de la población.   Bastante bien lo estamos haciendo.    Muchos sociólogos y economistas teóricos de siglos pasados presagiaron con sesudos estudios el colapso de la sociedad (ver Malthus) en algún momento del siglo XX.    No tuvieron en cuenta la impresionante capacidad de la creatividad humana cuando se la deja libre.

Tú crees que los derechos intrínsecos del ser humano sólo por nacer incluyen, entre otros el derecho a la vida, a la libertad física y de expresión, a tener una vivienda digna, a tener trabajo, educación y salud.     Te parece que todos ellos son de la misma categoría y curiosamente no incluís el derecho a la propiedad privada.
No ves diferencias entre los derechos que se definen por la negativa (que no me quiten la vida, que no me impidan expresarme) y los que se expresan por la positiva (que me den una casa, que me den un trabajo).
Los “derechos” que son gratis pueden ser verdaderos derechos; los que tienen un costo requieren que alguien los pague, y puede ser que nadie quiera o pueda hacerlo.
Cuando una sociedad organizada puede garantizar el acceso a la vivienda, al trabajo, a la salud y a la educación, es porque ha hecho las cosas bien, ha triunfado en sus objetivos primarios y puede pasar a encarar nuevos desafíos cada vez más ambiciosos que nuevas generaciones llamarán “derechos”.

Tú crees que los movimientos sindicales como el PIT-CNT, la federación de empleados de Ancap, o AEBU, se oponen a las privatizaciones y a los cambios en general por su generosa solidaridad con los mejores objetivos de la sociedad toda.
Yo creo que lo hacen para defender sus privilegios de dirigentes (el ubicuo poder), o los privilegios de todos sus asociados como en el incomprensible e injustificado caso de los bancarios.   Fijate qué casualidad, que los gremios donde ya no quedan privilegios, como en la industria privada, ya no tienen poder de convocatoria, cuando en realidad es allí donde hay mucho por lo qué pelear.     Mirá que no los critico, ellos hacen su trabajo, y muy bien; lo que es incomprensible es esa actitud de toda la sociedad de acompañar como carneros las mentiras más groseras.   ¡Cómo nos gusta a los uruguayos que nos mientan!

Tú crees que se debería aumentar sensiblemente el presupuesto de la Salud  y la Educación Públicas.    ¿Cuánto?   No importa.   Tanto como necesiten, tanto como pidan.
El hecho de que el presupuesto nunca alcance entre otras cosas porque los “compañeros” se roban todo, porque faltan tanto como quieren, porque los médicos realizan en horario de trabajo su práctica particular utilizando horas, funcionarios, locales, energía, teléfono, aparatos e insumos que pagamos todos, eso parece no importar.
Y todo con el conocimiento absoluto y la anuencia de toda la escala jerárquica, que no actúa por razones de “solidaridad”, sea esta política o profesional (léase de interés corporativo).
Con quien nunca se expresa solidaridad es con el contribuyente, ese pobre gil que es en definitiva a quien se le pide más y más dinero.


Tú crees que todo lo malo que nos ocurre a los pobres países del tercer mundo siempre es culpa de otros, particularmente de EEUU y su manía por ser la policía del mundo.    Tampoco te cae bien Europa.  Me dijiste literalmente que si se pudiera apretar un botón y que ambos desaparecieran, seguramente este sería un mundo mejor.
Yo por el contrario, estoy convencido que sería un mundo infinita, inimaginablemente peor.   No pretendo defender a EEUU.   Creo que han cometido muchos y feos errores comenzando con esta aventura absurda en Irak.    Pero solo pensá cómo sería la cosa si el rol de superpotencia única lo tuviera la ex Unión Soviética, o alguna nación fundamentalista.  ¿quizá los talibán?       ¿Sería bueno que se extendiera al mundo la forma de vida que gozaron sus ciudadanos?    Francamente, prefiero el colesterol y el consumismo de McDonalds.

Particularmente me duele (y aquí no soy objetivo, lo reconozco), la actitud frente a Israel, tema que me cuidé mucho de no tocar, por miedo a lo que pudieras decirme.
No quiero desarrollar aquí esto que es vasto y complejo, pero en resumen, la uruguayez estúpida considera que Israel es la causa de los problemas del medio oriente y que sería mejor que no existiera (reedición moderna del nazismo y antisemitismo vernáculo, tan común en las izquierdas).    ¿Porqué?    Fácil.  Porque Israel es el aliado de EEUU y por lo tanto automáticamente malo.   Para peor, es “rico”, próspero, democrático, culto y libre, y peor aún, por mérito propio, mientras que las naciones árabes, cientos de veces más poderosas en territorio, población y recursos, son un vergonzoso ejemplo de atraso, tiranía y prejuicios.   Ah! pero son pobres, por lo tanto dignos de nuestro aprecio incondicional.

Es hasta risueña la idea de que la prosperidad del primer mundo se basa y depende de la explotación del tercero.    Seguramente el buey obtiene su fuerza de la sangre del mosquito que está parado sobre su lomo.   Ojo, en algún momento del sistema colonial de los siglos XVIII y XIX puede haber habido algo de cierto (o mucho) en eso.    Las materias primas eran fundamentales en las economías industriales incipientes y nos las quitaban por la fuerza.    Pero hoy, aún con resabios preocupantes como los subsidios agrícolas, esa noción es infantil y absurda.
¿Decís que fijar precios bajos para nuestros productos y altos para los de ellos es el equivalente moderno al robo colonial?   Otra vez volvemos al tema de precio vs. valor.
¿De qué sirve una cosecha de uvas en un campo de Artigas?   Sirve si está en un supermercado de Nueva York o Madrid en forma de vino industrializado y envasado y si un despreciable yanqui, inglés o italiano está dispuesto a comprarlo. ¿Y quién dice cuánto se debe pagar por la uva en Artigas para que el vino llegue al consumidor europeo al precio correcto?  ¡Nadie!   Solo las fuerzas libres del mercado, de la oferta y demanda, le pueden dar sentido a la noción de precio.    No existe un “precio justo”, solo existe un precio real, o no existe transacción.

Al primer mundo simplemente no le importamos, y lo peor que nos puede pasar (y en cualquier momento ocurrirá), es que pasemos a ser irrelevantes, nos olviden por aburrirlos y tengamos que arreglárnoslas solos (como Africa).
Yo no tengo problemas en reconocer que admiro a los EEUU, a sus logros y a su compromiso hasta los huesos con la noción de libertad.    Por eso me enoja mucho que los que los critican, los que buscan para nuestro país un modelo opuesto, plebiscitando en contra de todo cambio, cuando las cosas se les complican y deciden emigrar ¿a dónde van?   ¿A la Cuba que tanto admiran y que los recibiría con los brazos abiertos?  ¿A la Venezuela del sicópata Chávez?   ¿Quizá al paraíso socialista en Corea del Norte?  Nooo.   Se van a la tierra del tío Sam, o a la España ultracapitalista y consumista de Felipe González y Aznar.    Eso en mi diccionario se llama hipocresía.

Tú crees que los empresarios somos inconvenientes y no deberíamos existir; como mucho, somos un mal necesario.
Yo por el contrario, pienso que somos la avanzada de la humanidad, los que posibilitamos el progreso, y no estoy hablando solo del progreso económico, sino también del progreso intelectual, espiritual y artístico.
Es un problema de definiciones.   Para ti, en el enfoque simplista, empresario es un gordo pelado que fuma habanos y usa un anillo con un brillante.    Vive como un príncipe explotando a sus pobres obreros o empleados a quienes les paga un sueldo miserable mientras él se la lleva en carretilla.
Eso pasa en las películas de décima y en las mentes de los uruguayos.
Empresarios son los cientos de miles de uruguayos que aprovechan, concientemente o no, el sistema capitalista que tenemos (lo que nos va quedando).

Salvo para los ideológicamente condicionados (veo que muchos más de los que creía), es obvio que el sistema económico capitalista liberal es por lejos el más satisfactorio de cuantos se han propuesto y ensayado en la historia de la humanidad, tanto para la generación de riqueza como para su distribución.   
Es además, el más justo y ético, a pesar de la opinión mayoritaria en nuestro país.
La evidencia histórica a favor de esta afirmación es inmensamente abrumadora, y solo no la ve el que no quiere verla.
Sin embargo, en el imaginario popular uruguayo, lo que caracteriza al capitalismo son casi exclusivamente episodios vergonzosos como la venta de carteras del Citibank o las estafas de los Peirano y las increíbles piraterías de Menem y sus amigos en Argentina.    También en esta orilla, la persistente proximidad de nombres ilustres del espectro político (y sus familiares) a los más dudosos y poco transparentes eventos comerciales, no hace más que echar leña al fuego de la errónea concepción.

En realidad, esos no son más que insignificantes - aunque molestos - casos de patologías del sistema.   Lo que verdaderamente caracteriza al sistema capitalista - aún en nuestro Uruguay, donde todo se hace contra viento y marea, de la manera más difícil posible y con una comprensión trastocada de los valores involucrados - son los millones de casos como el quiosquero que con enorme dedicación y trabajo logra que sus hijos sean profesionales para que cada generación esté un poco mejor que la anterior, o como los obreros de una fábrica exitosa que comparten los valores de la producción y aseguran su futuro y el de sus familias, incluso convirtiéndose en accionistas y dueños, o como los jóvenes emprendedores de la tecnología que creyendo en un sueño y en su propia capacidad triunfan en cualquier lado y en cualquier cosa.
Empresario es todo aquél que “emprende”, en contraste con la inamovilidad eterna que nos caracteriza a los uruguayos, en contraste con la seguridad mediocre del empleo público y la estafa moral de cobrar un sueldo para no producir nada.
Esto es claro, aunque no para muchos - diría la mayoría de la población uruguaya - que confundiendo las causas de la horripilante coyuntura actual, viven una existencia esquizofrénica, al mismo tiempo aprovechando, criticando y destruyendo el sistema en el que están inevitablemente inmersos.

Tú crees que hay trabajos más dignos y honorables que otros, y que debería en consecuencia existir una escala de ingresos acorde.
¿Cómo puede ser que un profesor universitario, o un ¡médico! gane menos que un señor semianalfabeto, con un escarbadiente en la boca, que puso un bar y se pasa 22 horas por día detrás del mostrador, u otro parecido que fabrica chorizos, o preservativos?
Da bronca, ¿no?
Sin embargo, sabés, a mi me parece que está muy bien, y eso que soy profesor universitario.   Lo maravilloso del sistema capitalista es que siempre será un misterio la razón del éxito económico, a pesar de las toneladas de libros de teorías al respecto.
No sé si ya tendrás el criterio mareado con conceptos como la plusvalía o la lucha de clases, ideas que a esta altura son propias de museo, como el flogisto o el éter en física.
Los empresarios ganamos y perdemos, porque estamos dispuestos a correr ese riesgo, y eso es lo que da el dinamismo necesario a las economías para permitir el progreso.
Los empresarios somos los creadores de empleo por excelencia.   Los empleos que crea el estado son de engañapichanga, de papier-maché.  
No pretendemos que nos lo agradezcan, por favor.   Nuestra recompensa es el dinero, si tenemos éxito, el placer de hacer lo que nos gusta, el desafío de las cosas difíciles, y la excitación de la competencia.
En las sociedades sanas, los empresarios exitosos son héroes; la comunidad sabe cuánto les debe.  (Si tenés oportunidad, mirá el video “Riqueza ajena” con Danny de Vito).
Acá empresario es sinónimo de delincuente; si le va bien seguro afanó, y si le va mal, que se joda por gil.

Seguramente tú crees que tus ideas son “de izquierda” y “progresistas”, que socialismo es una palabra intrínsecamente buena y capitalismo intrínsecamente mala.   Seguramente pensás que en las acciones humanas lo que interesa es la intención, y que los resultados son secundarios.    Seguramente crees que el refrán “de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno” es algo que no tiene nada que ver con todo esto.
Seguramente crees que todo lo que dije hasta ahora me manda de lleno a la categoría “de derecha”, lo que automáticamente me clasifica como insensible, explotador y amargado.

Sin embargo, yo creo que la cosa ya no es más entre izquierda y derecha, si es que hoy esos términos tienen algún significado más allá de etiquetas utilizadas para insultar y denigrar.
Llevados al extremo tradicional puro, sabemos que la esencia del fascismo y del socialismo es la misma.
Ambas ideologías sacrifican al individuo (y su libertad) en pos de una entelequia abstracta que se llama Estado o de otra más abstracta que se llama “el bien común”.

El verdadero opuesto para ambos es el liberalismo, el marco conceptual que permitió que nuestra sociedad occidental, “judeo-cristiana” y moderna alcanzara el asombroso y fascinante grado de civilización, progreso tecnológico y sofisticación intelectual y espiritual que hoy tiene.
Muchos (coherentes uruguayos) pensarán que estoy hablando en chiste; sin embargo lo creo con convicción y ellos harían bien en analizar objetivamente lo que son y lo que tienen y compararlo sin prejuicios snobs con otras realidades geográficas o temporales.

Quizá tú creas que en Uruguay estamos mal por culpa del neo-liberalismo, porque hemos aplicado durante décadas las recetas liberales dictadas por el FMI y por los EEUU.   No sé bien que es lo de neo.   Me suena más bien a insulto, quizá porque sugiere alguna relación con neo-nazi.    Lo que sí sé es que si algo no se aplicó nunca en las últimas décadas en Uruguay es la receta liberal.   Lo que hemos tenido, bajo el disfraz y el discurso electoral liberal, es estatismo colectivista, proteccionista y corporativista de la peor calaña.   Lo que hemos tenido ha sido una fiesta de impuestos para que unos pocos, cada vez menos, paguemos las inconcebibles ineficiencias de este estado gordo y corrupto.
Este desastre que tenemos no se va a arreglar fácilmente.   Llevará tiempo y enorme sacrificio.   Quizá una generación de privaciones y desempleo.   Todavía no comenzamos a arreglarlo.    Si tenemos la suerte de que algún día nos encaminemos en la senda correcta, esos sacrificios inevitables ¿serán culpa de los héroes que denuncien que el emperador está desnudo y encaminen las soluciones, o de los irresponsables criminales que durante décadas dejaron crecer este desastre?    Como es tradicional ¿mataremos al mensajero?

Yo soy intrínsecamente optimista respecto al futuro del espíritu humano.    Sé que veremos maravillas imposibles de imaginar.
Sin embargo, soy desde hace tiempo pesimista respecto al futuro de nuestro país.
Luego de nuestra charla, soy mucho más pesimista.   Nunca creí que el problema fuera tan grande.
Los uruguayos tenemos los valores al revés.
Para que nos vaya mejor, serán necesarios tres millones de transplantes cerebrales, quizá de chinos que huyen despavoridos del socialismo por haberlo sufrido, y que están llevando adelante la mayor aventura capitalista de todos los tiempos, gracias a sus líderes que la tienen bien clara y están logrando una transición ordenada e inteligente, la única posible para 1.300 millones de personas.


Para finalizar, te pido disculpas por haberte utilizado.
Es obvio que aunque la carta es para ti y espero que la tomes bien y la aproveches, te estoy utilizando de vehículo.
El mensaje es para los adultos que te rodean, para los responsables de tu conformación mental, los que compartiendo una hipocresía moral a prueba de realidad, abdicaron a parte de sus facultades mentales hace mucho tiempo, porque es cómodo aprovechar el sistema mientras se lo critica y sabotea, pararse en la rama para alcanzar los frutos al mismo tiempo que se la serrucha.
Para quienes es mejor aceptar las explicaciones facilistas aunque eso signifique deshonestidad intelectual, que tomarse el trabajo de contrastar las creencias con la lógica, la evidencia y la historia.
Para los que prefieren afiliarse a todas las teorías conspiratorias antes que buscar una explicación simple y pedestre.
Para los que ven el mundo a través de cristales que se lo muestran no como es sino como quisieran que fuera de acuerdo a su ideología.
Campeones en ver la paja en el ojo ajeno mientras ignoran la viga en el propio.
¿Y porqué?  Vaya uno a saber.   Quizá sea algo latinoamericanamente genético.

Espero que lo tomes en forma positiva y constructiva, como intenté que fuera este exabrupto desordenado y mamarrachesco.     Soy conciente de que nuestro futuro y el del país pronto, muy pronto, estarán en tus manos y en las de tu generación.   Espero que lo hagan mejor, mucho mejor que la nuestra.

Hugo Donner


 En Uruguay, hace mucho tiempo que la gente dejó de pensar.


3 comentarios:

  1. Buenisimo y totalmente vigente. ¿Que será de la vida de Lucy?
    Jorge Borlandelli

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    1. 13 años después, sigue igual; por supuesto Lucy es un seudónimo.

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  2. Buenisimo y totalmente vigente. ¿Que será de la vida de Lucy?
    Jorge Borlandelli

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