Somos
estúpidos. Y snobs.
No tan
estúpidos como para vivir la vida según las ideas equivocadas que sostenemos
calurosamente, pero sí lo suficiente como para permitir que la defensa de esas
ideas nos impida el progreso y el disfrute de muchas de las maravillas que este
mundo puede ofrecernos.
No
pretendo negar el derecho de cada uno a pensar lo que quiera y de la manera que
quiera. Lejos de eso, todo lo
contrario. En la esencia de mi
pensamiento está la famosa expresión de Voltaire: “No estoy de acuerdo con nada
de lo que Ud. dice, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo”.
Pero
también, como es obvio, pretendo que se respete mi derecho a criticar lo que
otros piensan, sin atarme a pusilánimes consideraciones de corrección política.
El derecho
a la expresión de cualquier idea es digno de respeto, pero no todas las ideas
en si mismas lo son; deben ganar el respeto, y para hacerlo deben sortear las
pruebas de la coherencia y la evidencia.
En
primer lugar, un arraigado complejo de culpa nos induce a pensar que nuestra
civilización occidental (simplistamente denominada “judeo-cristiana”) es
culturalmente inferior a la “oriental”.
En el concepto de cultura – o “Weltanschaung (visión del mundo) – incluimos los aspectos económicos, artísticos,
religiosos, científicos y sociales.
Las
anteojeras que hemos elegido utilizar hacen que cuando nos referimos a nuestra
propia cultura, sólo reparemos en las patologías – que todo sistema
necesariamente tiene – y por lo tanto nos ocupemos solo de la corrupción, la
miseria y las instancias de falta de solidaridad, ignorando olímpicamente los
impresionantes logros civilizatorios de los últimos 5.000 años, y
particularmente los de los últimos 500, en los que se manifestó plenamente el
triunfo de la razón, el método científico y la convivencia democrática.
El
edificio cultural construido por occidente y expresado en millones de
instancias asombrosas es un manifiesto vivo de lo que puede lograr el ser
humano como individuo y ser social.
Obviamente
las demás culturas también tienen sus valores.
Pero cuando las vemos, ni siquiera hacemos énfasis en lo bueno que ellas
tienen, ya que en general no lo conocemos.
Solemos representarlas en base a los clichés simplistas que nos hemos
construido.
Cuando
pensamos en la India, suponemos que todos sus habitantes son sabios brahamanes,
pacifistas y despojados de la necesidad de bienes materiales, y con una
comprensión del universo que haría pasar vergüenza a Stephen Hawking.
Los que
han estado allí saben que la realidad es muy otra; la violencia, la corrupción
y la miseria material y espiritual son lo que predomina.
Y en
occidente también tenemos a nuestros hombres sabios, tanto en comprensión del
universo como en sabiduría para encontrar la felicidad. Pero lo nuestro es por definición inferior.
Todos
tenemos muy claro que el socialismo es bueno y el capitalismo es malo.
No
importa toda la evidencia acumulada que indica lapidariamente que el socialismo
aplicado en el mundo real no trajo nunca progreso ni igualdad, sino que por lo
contrario, siempre sumió a los que lo sufrieron en el atraso y la miseria más
abyectos, destruyendo por añadidura todo vestigio de libertad y realización
humana.
Los
únicos socialismos que funcionan son aquellos que incorporan el nombre como
marca simpática, pero que de socialismo no tienen nada y de capitalismo
liberal, todo o casi todo.
Se
juzga al capitalismo por sus patologías - ¿qué sistema no las tiene? – y al
socialismo, ni siquiera por sus promesas ingenuas ni sus posibles aspectos
positivos, sino por sloganes vacíos y arcaicos que suenan bien a oídos
ignorantes y permeables al populismo.
Los que
en la investigación y ciencia practican un enfoque reduccionista, son malos,
muy malos. Todos sabemos que el enfoque
correcto es el holista. “Hay que mirar
el bosque y no los árboles”.
Obviamente,
en casi todos los casos, para comprender un fenómeno, lo ideal es una
combinación de ambos enfoques. Decir a
priori, por una cuestión ética o estética, que uno es mejor que el otro, es
simplemente estúpido.
Pero si
queremos hacer ciencia en serio, del tipo de la que no sólo nos permite
sentirnos a gusto con nuestro propio ego sino también realizar verdaderos
progresos en la comprensión de las cosas y que sirva como base a futuros
avances y al desarrollo de objetos y métodos útiles, entonces el enfoque
fundamental es el reduccionista. En muchos casos, es el único posible. Si queremos comprender la fotosíntesis y la
estructura molecular de la célula para desarrollar variedades genéticas
vegetales o nuevos fertilizantes, de poco sirve mirar el bosque. Ni siquiera el árbol. Hay que ir a los constituyentes elementales.
Al
decir de Richard Dawkins, el célebre biólogo famoso por expresar claramente lo
que piensa sin limitarse por sensibilidades hipócritas, reducir es explicar, y
explicar es reducir. No hay otra
forma. En la mayoría de los casos, la
“explicación” holista es una ilusión.
Frases
hechas de uso comodín como “ser uno con el universo”, en realidad no significan
nada.
Seguramente
yo a mi modo también sea un estúpido, pero me siento muy orgulloso de ser
occidental, capitalista, liberal y reduccionista, o sea un perfecto monstruo. Creo firmemente que los que así nos sentimos
y actuamos en consecuencia, somos los que hemos creado y seguimos creando el
mundo moderno, buscando el verdadero lugar del ser humano en el cosmos – si es
que esa frase tiene algún sentido.
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