lunes, 5 de septiembre de 2016

La Función de Utilidad de Dios (R. Dawkins)


La Función de Utilidad de Dios

Los  seres humanos siempre nos hemos preguntado por el sentido de la vida.
Según el autor, la vida no tiene un propósito más importante que el aseguramiento de la supervivencia del ADN

por Richard Dawkins
Publicado en Scientific American
traducido por Hugo Donner


En sus abundantes libros sobre la evolución y la selección natural, Richard Dawkins examina los temas, no desde la perspectiva de los organismos individuales (como lo hizo Charles Darwin) sino desde lo que ha definido como “el punto de vista del gen”.
Los genes en los seres vivos actuales son, dice él, los individuos “egoístas” que han asegurado su propia supervivencia haciendo que sus anfitriones - lo que Dawkins llama “máquinas de supervivencia”- puedan vivir lo suficiente como para reproducirse.
Dawkins argumenta que la complejidad de la vida sobre la tierra puede ser explicada en base a la extraordinaria competencia por la supervivencia entre los genes, y no por un propósito universal superior.
En  su reciente libro, El Río que Fluye del Edén: una Visión Darwiniana de la Vida, Dawkins explica cómo la lucha de los genes por multiplicarse puede ser causa de algunos de los misterios centrales de la vida, incluyendo “¿Cómo comenzó la vida?” y “¿Por qué estamos aquí?”    El artículo que sigue fue adaptado de un capítulo de El Río que Fluye del Edén (BasicBooks, 1995)




No me puedo convencer”, escribió Charles Darwin, “de que un Dios benéfico y omnipotente haya creado a conciencia al Ichneumonidae con la intención expresa de que se alimente del cuerpo vivo de las orugas.”   Los hábitos macabros del Ichneumonidae son compartidos por otros grupos de avispas, tales como las avispas excavadoras estudiadas por el naturalista francés Jean Henri Fabre.

Fabre informó que antes de poner sus huevos en una oruga (o saltamontes o abeja), una avispa excavadora hembra clava cuidadosamente su aguijón en cada ganglio del sistema nervioso de la presa de forma de paralizarla sin matarla.    De esta manera, la carne se mantiene fresca para las larvas en crecimiento.    No se sabe si la parálisis actúa como una anestesia general o si es como el curare, que sólo congela la capacidad de movimiento de la víctima.     Si fuera de esta última manera, la presa estaría consciente de estar siendo comida viva desde sus entrañas, sin poder mover un músculo para evitarlo.
Esto suena salvajemente cruel, pero, como veremos, la Naturaleza no es cruel, sólo despiadadamente indiferente.
Esta lección es de las que más nos cuesta a los humanos aprender.   No podemos aceptar que las cosas no sean ni buenas ni malas, ni crueles ni bondadosas, sino simplemente insensibles: indiferentes a todo sufrimiento, carentes de todo propósito.
Los seres humanos tenemos el propósito grabado en la mente.   Nos resulta sumamente difícil mirar algo sin preguntarnos “para qué es”, cuál es su motivo, o qué propósito existe por detrás.    La necesidad de ver propósitos por doquier es natural para un animal que vive rodeado de máquinas, obras de arte, herramientas, y otros artefactos diseñados - un animal, además, cuyos pensamientos conscientes son dominados por sus propias metas y objetivos.
Aún cuando un automóvil, un abridor de latas, un destornillador o un rastrillo legítimamente habilitan la pregunta “¿Para qué es?”, el mero hecho de que se pueda formular una pregunta no la hace automáticamente legítima o sensata.      Hay muchas cosas sobre las que se puede preguntar “¿Cuál es su temperatura?” o “¿De qué color es?”, pero no se puede hacer la pregunta de la temperatura o del color respecto a, por ejemplo, la envidia, o la oración.      Análogamente, podemos correctamente preguntar “¿Porqué?” respecto a los guardabarros de una bicicleta o la represa de Asuán, pero no podemos considerarnos con derecho a esperar una respuesta si preguntamos lo mismo respecto a una roca, una desgracia, el Monte Everest o el universo.
Algunas preguntas pueden ser simplemente inapropiadas, independientemente de la emoción que haya detrás de su formulación.
En algún punto intermedio entre los limpiaparabrisas y los abridores de latas por un lado, y las rocas y el universo por el otro, están los seres vivos.    Los cuerpos vivos y sus órganos son objetos que, a diferencia de las rocas, parecen tener la palabra “propósito” escrita por todas partes.    Es notorio, por supuesto, que la aparente intencionalidad de los cuerpos vivos ha dominado el razonamiento de los teólogos desde Tomás de Aquino a William Paley.   Por ejemplo, Paley, el teólogo inglés del siglo XVIII, aseguraba que si un objeto comparativamente simple como un reloj requiere la existencia de un relojero, con más razón criaturas vivas muchísimo más complicadas tienen que haber sido divinamente diseñadas.   Los creacionistas “científicos” modernos también defienden este “argumento por el diseño”.

Hoy comprendemos cabalmente el verdadero proceso que ha construido la fuerte ilusión de diseño intencional en alas, picos, ojos, instintos de anidamiento y todo lo demás que hace a la vida.    Es la selección natural darwiniana.   Darwin dedujo que los organismos que hoy viven existen porque sus ancestros tenían características que permitieron que ellos y su descendencia florecieran, mientras que otros individuos menos adecuados perecieron con pocos o ningún vástago.
Nuestra comprensión de la evolución sobrevino en forma asombrosamente reciente, en el último siglo y medio.    Antes de Darwin, incluso la gente educada que había ya abandonado la pregunta de “¿Porqué?” cuando se trataba de rocas, arroyos o eclipses, implícitamente aceptaban la legitimidad de la pregunta en lo concerniente a los seres vivos.    Ahora sólo lo hacen los científicamente analfabetos.     Pero la palabra “sólo” disimula el desagradable hecho de que estamos hablando de la absoluta mayoría de la población del mundo.



Diseñando una cheetah

Darwin asumió que la selección natural favorece a aquellos individuos mejor adecuados para sobrevivir y reproducirse.   Esta afirmación es equivalente a decir que la selección natural favorece a aquellos genes que se copian a lo largo de muchas generaciones.   Aunque ambas formulaciones son comparables, el “punto de vista del gen” presenta varias ventajas que se ven claramente al considerar dos conceptos técnicos:  ingeniería inversa y función de utilidad.
Ingeniería inversa es una técnica de razonamiento que funciona de la siguiente manera:  usted es un ingeniero enfrentado a un artefacto que ha encontrado y que no comprende.   Entonces plantea la hipótesis de trabajo de que ha sido diseñado con algún propósito.    Luego diseca y analiza el objeto con la idea de descubrir qué tipo de problema puede resolver el objeto: “Si yo hubiera querido hacer una máquina para esto o lo otro, ¿la habría hecho como ésta?   ¿O se explica mejor el objeto suponiendo que es una máquina diseñada para hacer esto otro?

La regla de cálculo, hasta hace poco venerable talismán de la honorable profesión de ingeniero, es tan obsoleta en la era de la electrónica como cualquier reliquia de la Edad de Bronce.   Un arqueólogo del futuro que encontrara una regla de cálculo y se preguntara qué es, notaría que es útil para dibujar líneas rectas o para untar manteca en un pan.  Pero un simple cuchillo de filo recto no habría necesitado un elemento deslizante en el medio.    Más aún, las precisas escalas logarítmicas están dispuestas demasiado meticulosamente como para ser accidentales.     En algún momento se le ocurriría que en una época anterior a las calculadoras electrónicas, esas escalas podrían constituir un truco ingenioso para realizar multiplicaciones y divisiones en  forma rápida.
El misterio de la regla de cálculo habría sido resuelto mediante ingeniería inversa, utilizando la presunción de diseño inteligente y económico.

“Función de utilidad” no es un término técnico utilizado por los ingenieros sino por los economistas.    Significa “aquello que debe ser maximizado”.   Los planificadores de la economía y los que realizan ingeniería social se parecen a los arquitectos e ingenieros en que se esfuerzan por maximizar algo.    Los utilitaristas pretenden lograr “la mayor felicidad para el mayor número posible”.    Otros desembozadamente incrementan su propia felicidad a expensas del bienestar común.     Si se aplica ingeniería inversa al comportamiento de un gobierno nacional, se puede llegar a concluir que lo que está siendo optimizado es el empleo y el estado de bienestar universal.     Para otros países, la función de utilidad puede resultar ser la continuidad del poder del presidente, la riqueza de una familia regente, el tamaño del harén del sultán, la estabilidad del Medio Oriente, o el precio del petróleo.

La idea es que se puede imaginar más de una función de utilidad.    No es siempre tan obvio qué es lo que pretenden conseguir los individuos, las empresas o los gobiernos.
Volvamos a los cuerpos vivos e intentemos extraer su función de utilidad.     Podría haber muchas, pero finalmente resultará que todas se reducen a una.    Una buena forma de dramatizar nuestra tarea es imaginar que las criaturas vivientes fueron hechas por una Divinidad Ingenieril e intentar deducir, mediante ingeniería inversa, qué cosa el Ingeniero trató de maximizar: La Función de Utilidad de Dios.

Al analizar a las cheetahs, todo nos indica que están maravillosamente diseñadas para algo, y debería ser muy fácil aplicarles ingeniería inversa para encontrar su función de utilidad.   Parecen estar bien diseñadas para matar gacelas.   Los dientes, garras, ojos, hocico, músculos de las piernas, columna vertebral y cerebro son precisamente lo que cabría esperar si el propósito de Dios al diseñar a las cheetahs hubiera sido maximizar el número de muertes entre las gacelas.    Por el contrario, si aplicamos ingeniería inversa a una gacela, encontraremos evidencia igualmente impresionante en favor de un propósito inverso: la supervivencia de las gacelas y la muerte por inanición de las cheetahs.   Es como si las cheetahs hubieran sido diseñadas por una divinidad, y las gacelas por una divinidad rival.    Si por el contrario existe un único Creador que hizo al tigre y al cordero, a la cheetah y a la gacela,  ¿a qué está jugando?   ¿Es acaso un sádico que disfruta siendo un espectador de deportes sangrientos?   ¿Intenta evitar la superpoblación entre los mamíferos africanos?  ¿Está maniobrando para que se disparen los ratings televisivos de David Attenborough?    Estas son todas funciones de utilidad comprensibles que podrían haber sido confirmadas como verdaderas.   En realidad, por supuesto, son todas completamente equivocadas.

La verdadera función de utilidad de la vida, la que está siendo maximizada en el mundo natural, es la supervivencia del ADN.    Pero el ADN no se encuentra flotando libremente; está encerrado en cuerpos vivientes, y debe aprovechar al máximo las palancas de potencia de las que dispone.    Las secuencias genéticas que se encuentran en los cuerpos de las cheetahs maximizan su supervivencia logrando que esos cuerpos maten gacelas.    Las secuencias que se encuentran en los cuerpos de las gacelas aumentan su chance de supervivencia promoviendo metas opuestas.
Pero la misma función de utilidad - la supervivencia del ADN - explica el “propósito” de ambas, las cheetahs y las gacelas.

Este principio, una vez reconocido, explica una variedad de fenómenos que de otra manera serían un dilema - entre ellos los esfuerzos energéticamente costosos y a menudo ridículos, que realizan los animales machos para atraer a las hembras, incluyendo su inversión en “belleza”.     Los rituales de apareamiento generalmente se parecen al concurso de Miss Universo (hoy por suerte fuera de moda), pero con los machos desfilando en la pasarela.   Esta analogía se aprecia con toda claridad en los “leks” de pájaros tales como la ortega y la gorguera.   Un lek es una porción de terreno usada por los pájaros machos para mostrarse frente a las hembras.  Estas visitan el lek y observan las demostraciones arrogantes de un número de machos antes de elegir a uno de ellos para copular.   Los machos de las especies que utilizan este procedimiento usualmente poseen una llamativa ornamentación que pavonean con pomposos movimientos y extraños sonidos.   Por supuesto, las palabras “llamativa” y “pomposa” reflejan juicios de valor subjetivos.    Presumiblemente, los machos de ortega negra, con sus danzas infladas acompañadas de ruidos como de sacar corchos, no les parecen extraños en lo más mínimo a las hembras de su especie, y esto es todo lo que importa.   En algunos casos, el concepto de belleza de los pájaros hembra coincide con el nuestro, y el resultado es un pavo real o un ave del paraíso.


La Función de la Belleza

Las canciones del ruiseñor, la cola del faisán, las luces de la luciérnaga y las coloridas escamas de los peces de los arrecifes tropicales, todos ellos maximizan la belleza estética, pero no es, o lo es sólo incidentalmente, belleza para el disfrute humano.   Si nos agrada el espectáculo, es simplemente una prima adicional, un derivado accidental.    Los genes que hacen atractivos a los machos frente a las hembras, automáticamente se ven promovidos a las subsiguientes generaciones.   Hay una sola función de utilidad que encuentra sentido a esas bellezas: la cantidad que está siendo diligentemente optimizada en cada grieta del mundo viviente es, en todos los casos, la supervivencia del ADN responsable de la característica que estemos tratando de explicar.

Esta fuerza también cuenta en los misteriosos excesos.   Por ejemplo, los pavos reales están cargados con adornos tan pesados y torpes que obstaculizarían gravemente cualquier esfuerzo por realizar trabajo útil - si se sintieran inclinados a realizar trabajo útil, lo que, en general, no ocurre.    Los pájaros canoros machos utilizan cantidades peligrosas de tiempo y energía cantando.   Esto constituye ciertamente un riesgo, no sólo porque atrae a los predadores, sino también porque drena su energía y utiliza tiempo que podría invertirse en recargar esa energía.    Un estudiante de biología especializado en ornitología  informó que en el curso de un trabajo sobre los reyezuelos, uno de sus machos salvajes literalmente cantó hasta morirse.   Cualquier función de utilidad que tuviera la finalidad del bienestar a largo plazo de la especie, o incluso la supervivencia individual de un macho en particular, ahorraría en la cantidad de canto, de exhibición o de peleas entre machos.

Sin embargo, cuando se considera la selección natural desde la perspectiva de los genes en lugar de simplemente la supervivencia y reproducción de individuos, esos comportamientos pueden ser fácilmente explicados.    Dado que lo que realmente se maximiza en los reyezuelos cantores es la supervivencia del ADN, nada puede detener la difusión del ADN que no tenga otro efecto benéfico que hacer a los machos atractivos para las hembras.    Si algunos genes dan a los machos cualidades que las hembras de la especie encuentran deseables, esos genes, a la fuerza, van a sobrevivir, aunque esos mismos genes, ocasionalmente, pongan en peligro a algún individuo.

Los seres humanos tenemos la tendencia algo arraigada de asumir que “bienestar” significa bienestar grupal, que “bien” significa bien para la sociedad, el bienestar de la especie o incluso del ecosistema.   La Función de Utilidad de Dios, tal como se deduce de la contemplación de las tuercas y tornillos de la selección natural, resulta tristemente opuesta a esta visión utópica.   Sin duda, existen ocasiones en que los genes pueden maximizar su bienestar egoísta mediante la programación de cooperación magnánima o incluso auto-sacrificio de un organismo.   Pero el bienestar grupal es siempre una consecuencia fortuita, no un impulso primario.

El descubrimiento de que los genes son egoístas también explica los excesos en el reino vegetal.     ¿Porqué son tan altos los bosques?   Simplemente, para sobrepasar a los árboles rivales.   Una función de utilidad “sensata” determinaría que todos los árboles fueran cortos.   En tal caso, lograrían exactamente la misma cantidad de luz solar con muchísimo menos gasto en gruesos troncos  y masivas raíces.   Pero si todos fueran cortos, la selección natural no podría evitar favorecer a una variante individual que creciera un poco más.    Habiéndose elevado la apuesta, los demás tendrían que seguirla.   Nada puede evitar que el juego siga escalando hasta que todos los árboles resulten ridícula y ruinosamente altos.   Pero es sólo ridículo y ruinoso desde el punto de vista de un planificador económico racional que piensa en términos de maximización de eficiencia y no en la supervivencia del ADN.

Abundan las analogías domésticas.  En una fiesta, todos hablan hasta quedarse roncos.    La razón es que todos los demás gritan al máximo de sus cuerdas vocales.   Si simplemente todos acordaran hablar en susurros, todos se escucharían exactamente igual, con menos exigencia para la voz y menos gasto de energía.   Pero acuerdos de este tipo no funcionan a menos que sean impuestos.    Alguien siempre los arruina hablando egoístamente en voz un poco más alta, y entonces, uno por uno, todos deben imitarlo.   Solo se alcanza un equilibrio estable cuando todos están gritando tan fuerte como físicamente pueden, y esto es muchísimo más fuerte de lo necesario desde un punto de vista “racional”.    Una y otra vez, la moderación cooperativa se frustra a causa de su propia inestabilidad interna.   La Función de Utilidad de Dios muy pocas veces resulta ser el mayor bien para el mayor número.    La Función de Utilidad de Dios traiciona sus orígenes en un desparramo descoordinado en procura de la ganancia egoísta.


Un Universo de Indiferencia

Para volver a nuestro comienzo pesimista, la maximización de la supervivencia del ADN no es una receta para la felicidad.    Mientras que se asegure que el ADN sea transferido, no interesa qué o quién resulte lastimado en el proceso.   Los genes no se preocupan por el sufrimiento, porque no se preocupan por nada.    Es mejor para los genes de la avispa de Darwin que la oruga se mantenga viva, y por lo tanto fresca, mientras es comida, sin importar el costo en sufrimiento.    Si la Naturaleza fuera bondadosa, podría por lo menos hacer la concesión menor de anestesiar a las orugas antes de que sean comidas desde adentro.    Pero la Naturaleza no es ni buena ni mala.    No está a favor ni en contra del sufrimiento.    La Naturaleza no se interesa por el sufrimiento en un sentido ni en otro mientras no afecte la supervivencia del ADN.    Es fácil imaginarse un gen que, digamos, tranquilice a las gacelas en el momento en que están por sufrir un mordisco mortal.    ¿Sería ese gen favorecido por la selección natural?    No, a menos que el hecho de tranquilizar a la gacela mejorara las chances de ese gen de ser propagado a las generaciones futuras.    Es difícil creer que este sea el caso, y por lo tanto, debemos suponer que las gacelas sufren horrible dolor y pánico cuando son perseguidas a muerte - como les ocurre a muchas de ellas.
La cantidad total de sufrimiento en el mundo natural está más allá de toda contemplación decente.   Durante el minuto que me toma componer esta oración, miles de animales están siendo comidos vivos, muchos otros están corriendo por sus vidas, gimiendo de miedo, otros están siendo lentamente devorados desde sus entrañas raídas por parásitos, miles de todos los géneros están muriendo de inanición, sed y enfermedad.     Así es como debe ser.     Si alguna vez hubiera una época de abundancia, este mismo hecho conduciría automáticamente a un incremento de la población hasta que el estado natural de inanición y miseria fuera restaurado.

En un universo de electrones y genes egoístas, ciegas fuerzas físicas y reproducción genética, algunas personas serán lastimadas, otras tendrán suerte, y usted no podrá encontrar en ello razón ni rima, ni justicia.   El universo que observamos tiene exactamente las propiedades que deberíamos esperar si no hay, en el fondo, ningún designio, ningún propósito, ni bien ni mal, nada más que despiadada indiferencia.   Como lo expresara el infeliz poeta A.E. Housman:

Ya que la naturaleza, sin corazón ni ingenio
Nunca sabrá ni le importará

El ADN no sabe ni le importa.   El ADN simplemente es.    Y nosotros bailamos a su ritmo.







El Autor
RICHARD DAWKINS, un inglés, nació en Kenya en 1941.   Educado en la Universidad de Oxford, completó su doctorado en zoología con el etólogo Niko Tinbergen, ganador de un Premio Nobel.     Luego de dos años como profesor en la Universidad de California, Berkeley, Dawkins retornó a Oxford, donde es hoy conferencista en zoología y un fellow del New College.    Dawkins es ampliamente conocido por sus libros El Gen Egoísta y El Relojero Ciego.   Su próximo libro, Trepando el Monte Improbable, será publicado por W.W. Norton en otoño de 1996.   Dawkins pronto asumirá la recientemente creada Cátedra Charles Simonyi de Comprensión Pública de la Ciencia en Oxford.

Lecturas Sugeridas
EL FENOTIPO EXTENDIDO: EL LARGO ALCANCE DEL GEN.  Richard Dawkins.  Oxford University Press, 1989.
EVOLUCION.  Mark Ridley.  Blackwell Scientific Publications, 1993.
LA PELIGROSA IDEA DE DARWIN: EVOLUCION Y EL SENTIDO DE LA VIDA     Daniel C. Dennett.  Simon & Schuster, 1995.




El Gran Nivelador

Una forma en que los organismos multicelulares maximizan la supervivencia del ADN es gastando poca energía en asegurar que sus órganos vivan eternamente.   Los fabricantes de automóviles utilizan un enfoque similar al construir sus vehículos.     El psicólogo darwiniano Nicholas Humphrey desarrolló esta particular analogía estando en la Universidad de Cambridge.    En su libro La Conciencia Recuperada: Capítulos del Desarrollo de la Mente, Humphrey supone que Henry Ford, el santo patrón de la manufactura eficiente, una vez....

....encargó un estudio en los cementerios de automóviles de América con el fin de averiguar si se encontraban piezas del Modelo T que nunca hubieran fallado.   Sus inspectores volvieron con informes de todo tipo de fallas: ejes, frenos, pistones - todos ellos pasibles de dejar de funcionar.    Pero llamaron su atención hacia una notable excepción; los pivotes de dirección de los coches abandonados aún tenían años de vida saludable por delante.   Con despiadada lógica, Ford concluyó que los pivotes del Modelo T eran demasiado buenos para su función, y ordenó que en el futuro se fabricaran de acuerdo a especificaciones inferiores.

Usted, como yo, puede no estar muy seguro de qué cosa son los pivotes de dirección, pero eso no importa.    Son algo que el motor de un vehículo necesita, y la pretendida falta de piedad de Ford fue, en efecto, totalmente lógica.   La alternativa hubiera sido mejorar todas las otras partes del auto para llevarlas al estándar de los pivotes.    Pero entonces ya no estaría fabricando un Modelo T sino un Rolls Royce, y ese no era su objetivo.   Es muy respetable fabricar un Rolls Royce, pero también lo es un Modelo T - a un precio diferente.    La gracia es poder asegurar que todo el automóvil se construya o bien bajo las especificaciones de un Rolls Royce o bien bajo las de un Modelo T.   Si se hace un coche híbrido con algunos componentes de calidad Modelo T y otros de calidad Rolls Royce, se conseguirá lo peor de ambos mundos, ya que el automóvil se tirará cuando el más débil de los componentes se deteriore, y el dinero gastado en componentes de alta calidad que nunca tendrán el tiempo para consumirse, habrá sido simplemente desperdiciado.

La lección de Ford se aplica con mayor razón a los cuerpos vivientes que a los automóviles, ya que los componentes de un coche pueden, dentro de ciertos límites, ser sustituidos por repuestos.    Los monos y los gibones (un tipo de mono), pasan su vida en las copas de los árboles, por lo tanto siempre existe el riesgo de caerse y romperse los huesos.    Digamos que encarguemos un estudio de los cadáveres de los gibones con el destino de contar la frecuencia de quebraduras en cada hueso mayor del cuerpo.    Supongamos que resultara que todos los huesos se han roto en algún momento, con una sola excepción:  la fíbula (el hueso de la pantorrilla paralelo a la espinilla) nunca se ha visto que se rompa en ningún gibón.  La segura receta de Henry Ford sería que la fíbula fuera rediseñada de acuerdo a una especificación inferior, y eso es exactamente lo que ocurre con la selección natural.   Los individuos mutantes que desarrollaron una fíbula inferior, ya que sus reglas de crecimiento determinaron un desvío del precioso calcio hacia otros destinos, pudieron utilizar el material ahorrado para engrosar otros huesos del cuerpo y por lo tanto acercarse más al ideal de que todos sus huesos tuvieran aproximadamente la misma probabilidad de quebrarse.   O quizá pudieron utilizar el calcio ahorrado para producir más leche y de esa forma criar mayor número de vástagos.    Se puede quitar bastante hueso de la fíbula, por lo menos hasta el punto en que se iguale la probabilidad de quebrarse con la del siguiente hueso más durable.    La alternativa - la “solución Rolls Royce”:  llevar todos los demás componentes al nivel de calidad de la fíbula - es mucho más difícil de lograr.

La selección natural favorece una nivelación de la calidad en ambas direcciones, hacia arriba y hacia abajo hasta que se alcance un correcto balance entre todas las partes del cuerpo.    Vistas desde la perspectiva de la selección natural, el envejecimiento y la muerte por edad avanzada son las siniestras consecuencias de ese acto de malabarismo.   Somos descendientes de una larga línea de jóvenes ancestros cuyos genes les aseguraron vitalidad en los años reproductivos, pero que no hicieron previsiones de vigor en los años avanzados.    Una juventud saludable es crucial para asegurar la supervivencia del ADN.    Pero una saludable vejez puede ser un lujo análogo a los pivotes superiores del Modelo T.                                                                                                              
 --R.D.



Comentario

(H.D.)


No todas las explicaciones de un fenómeno son igualmente válidas.

Si bien debemos respetar el derecho inalienable de cada uno a creer lo que desee por más disparatado que sea, y a vivir su vida de acuerdo a sus convicciones, (siempre que, por supuesto, ello no altere en modo alguno los derechos y convicciones de los demás y no viole las reglas que en forma de leyes son aceptadas por la sociedad de la que forma parte), no creo que todas las ideas sean igualmente respetables.

Podemos formular una serie de criterios para calibrar el valor de una explicación de un fenómeno:


1) La explicación no debe contener contradicciones lógicas internas.

2) No debe contradecir la evidencia.    Una sola evidencia en contra la invalida, mientras que ningún conjunto de evidencias parciales, subjetivas o circunstanciales la confirma por completo.

3) Validez de la navaja de Occam  (no se deben multiplicar innecesariamente las causas).
Entre varias explicaciones aparentemente válidas, debemos elegir la que sea más económica en hipótesis o condiciones previas.    Una explicación sencilla, clara y elegante siempre tiene más probabilidades de ser verdadera que una rebuscada y que depende de la aceptación de una larga cadena de supuestos.
Aparentemente, no podemos sustraernos a que algún paso de la cadena lógica de razonamiento, inferencias y silogismos contenga elementos arbitrarios, cuya elección es primordialmente estética, pero siempre es preferible que esto se reduzca a una arbitrariedad inicial única, y no que el camino deductivo esté plagado de ellas.

4) En lo posible, no debe necesitar hipótesis que contradigan el conocimiento acumulado considerado válido en el momento dado.    Este criterio debe ser tomado como de poca importancia, ya que el progreso del conocimiento se basó justamente en violarlo sin contemplación.     Pero entre dos explicaciones alternativas, debemos preferir la que respete este criterio.

Puede ocurrir que, por explicar un fenómeno mediante supuestos nuevos, resulte que pierda validez el sistema establecido,  y nos encontremos en la situación de tener que rehacer teorías básicas y de aplicación generalizada, multiplicando entonces el problema.   Esto sucede cuando las teorías son, si se consideran en un mismo nivel de validez y aplicación, mutuamente excluyentes (ej. método científico vs. misticismo, razón vs. fe).


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