miércoles, 14 de septiembre de 2016

Soy Ateo

Soy un ateo militante.

Creo firmemente que si tuviéramos que presentar nuestra civilización a un visitante extraterrestre, la peor cara que tenemos para mostrar es la religión.
No necesito explicar porqué pienso así sobre la religión institucionalizada como forma de poder y dominación.  Es demasiado obvio.
Pienso así sobre la religión como fenómeno cultural, moral e intelectual.
Si como creo, la razón es el bien más preciado que existe en el universo, entonces queda claro porqué lo que la niega y degrada debería ser combatido.

Hay quienes dicen con gran ingenio que la palabra “ateo” no debería existir, porque si hubiera una palabra para designar el hecho de que no se cree en una cosa específica, se debería duplicar el número de palabras en el vocabulario.  No existe la palabra “a-Santa Claus”, o “a-gnomos”.
Ni siquiera “a-teorías-de-conspiración”.
Pero  por otra parte, el concepto de dios es demasiado importante en nuestra cultura como para no darle a su discusión un lugar de privilegio.
Por la misma razón, como no se puede demostrar una negación (no puedo demostrar que dios no existe aunque una sola instancia clara de evidencia – que nunca se ha dado – alcanzaría para demostrar que sí existe), es patentemente ridícula la pretensión de considerar al ateísmo como “otra religión más”.  En todo caso, el ateísmo podría ser una meta-religión, una manera de ver el fenómeno religioso.
Adicionalmente, se puede ser un ateo dogmático, acrítico e irracional, pero no se puede ser religioso no dogmático, crítico y racional.

Mis ensayistas más admirados son una larga lista encabezada por Richard Dawkins (The God Delusion; The Root of all Evil; The Devil´s Chaplain), Sam Harris (Letter to a Christian Nation; The End of Faith: Religion,Terror, and the Future of Reason), Penn Jillette (God, No; Every Day is an Atheist Holiday), John Mackay (Extraordinary Popular Delusions and the Madness of Crowds), Voltaire, Robert Ingersoll, Bertrand Russell (Why I Am not a Christian), y en cierta medida Christopher Hitchens.

Creo – o quiero creer – que todas esas lecturas han ido modelando mi pensamiento, pero el núcleo estaba ahí, claro y definido desde mi primera infancia.  Por una razón única: porque desde que tengo uso de razón, todos los argumentos en contra de la existencia de dios (o de cualquier fenómeno sobrenatural) siempre me resultaron obvios, y los argumentos a favor, infantiles y equivocados, cuando no falaces o paradójicos.

Una cosa que hago y que poca gente hace, es precisar con exactitud el alcance de cada palabra.
¿Qué es algo sobrenatural?  Algo que no es natural  ¿Y qué es lo natural?  Lo que pertenece a la naturaleza y obedece a las leyes naturales.  Esto para mí sólo tiene una significación: lo natural es “lo que existe”, y lo sobrenatural es “lo que no existe”.  En otras palabras, sobrenatural es sinónimo de “fantasía”.

Por favor, no se vaya a creer que estoy en contra de la fantasía.  Muy por el contrario, me encanta y la disfruto como el que más; adoro la ciencia ficción y los comics de superhéroes, y fui fundador y líder del primer club de seguidores de El Señor de los Anillos décadas antes de que en Uruguay se tuviera noticia de la existencia de la maravillosa obra de Tolkien.
Pero cuando se confunde la fantasía con la realidad, la cosa empieza a complicarse.

Me resulta un espectáculo patético el de adultos inteligentes practicando la liturgia de la religión, tanto un sacerdote católico o un rabino actuales como un indígena danzando alrededor del fuego con la cara pintarrajeada y un disfraz de piel de oso.
La Biblia (antiguo y nuevo testamento) y el Corán son fuentes invalorables de conocimiento y reconstrucción de gran parte de la historia de la humanidad, pero me parece inconcebible que para gran parte de la humanidad sean el ápice de la espiritualidad absoluta y fuente única de toda moral.
Si los miramos objetiva y desapasionadamente, veremos que en realidad son una disonante acumulación de disparates y monstruosidades escritas por ignorantes de la edad de bronce, liberalmente salpicadas de consejos domésticos para la convivencia, preceptos obvios aunque muchas veces contradictorios, y normas que en su época llenaban el vacío de instituciones legales.
Hace pocos años, un millonario ateo llevó adelante una campaña de militancia basada en el axioma de que la mejor manera de hacer que la gente abandone la religión es forzándola a leer realmente la biblia.  Completa, sin censura y sin selección de párrafos y pasajes, y sin la intermediación e interpretación de un sacerdote.  La mayor campaña proselitista atea de la historia consistió en regalar millones de biblias.

El concepto de que la moral (o el comportamiento moral) es imposible fuera de la religión es un gravísimo insulto para personas como yo, algunos de los cuales creemos tener un comportamiento mucho más ético en relación a nuestros semejantes que la mayoría de las personas religiosas.
De hecho, recientes encuestas respaldan esta afirmación.

Comencé mi lista de autores preferidos con Richard Dawkins porque no sólo es un brillante expositor y una delicia de leer en su inglés original, sino que es de los pocos que desafían frontalmente las reglas de la corrección política.
Como a Dawkins, cuando discuto se me acusa de que me exalto, de que intento convencer y de que hiero.  No lo voy a negar, es cierto.  Pienso que es un deber moral y que otra cosa sería hipocresía.  Estoy francamente preocupado por el futuro del mundo a causa del fundamentalismo, y no puedo físicamente hacer otra cosa que manifestar mi verdad, le duela a quien le duela.
Curiosamente – o no tanto – no causa tanto revuelo la situación simétrica, cuando el proselitista es el religioso y cuando se usan gruesos epítetos para descalificar al ateo.  Estamos demasiado acostumbrados a eso.
No se me malinterprete, sería el último en pretender prohibir, decretar o censurar el pensamiento de los demás.  Cada uno tiene todo el derecho de creer lo que le parezca, por más absurdo que sea.  Pero también todos tenemos el derecho de expresar nuestra opinión sobre ello, sin restricciones hipócritas.
Esto es mucho más de lo que pueden decir los defensores de la religión, ya que en cada instancia en que tuvieron el poder secular para hacerlo, no dudaron (y no dudan, ver el islam actual) en conculcar toda libertad de pensamiento, y encarcelar, torturar, exiliar y asesinar a todo aquél que piense distinto
(Incluyo en esta apreciación a los modernos totalitarismos como el nazismo o el marxismo, que muestran en su estructura conceptual todos los elementos clásicos de una religión).
Las personas y su derecho a defender una idea son dignas de respeto, no las ideas en sí mismas.  Las ideas deben ganarse el respeto, en primer lugar por ser ciertas, y luego por ser convenientes.



Para mí, las peores malas palabras del vocabulario (o mejor, los peores y más dañinos conceptos) son “pecado” y “fe” 1, seguidos de “infierno”, “paraíso”, “vida después de la muerte”, etc.
En ese sentido, recomiendo calurosamente la lectura de una carta de R. Dawkins a su hija de 10 años titulada “Buenas y malas razones para creer”.

Alguien dijo: Hay gente buena que hace cosas buenas; hay gente mala que hace cosas malas.  Para que gente buena haga cosas malas, es necesaria la religión.



1. Por supuesto, me refiero a “fe” en la acepción religiosa de “creer sin evidencia o incluso en contra de la misma”.  “Fe” en la acepción corriente de confianza en que va a ocurrir cierta cosa o confianza en mí mismo, es por el contrario, uno de los mejores conceptos.


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